08 octubre 2007

El Túnel de la Muerte

Para combinar las líneas 4 (amarilla) y 2 (lila) con la 3 (verde) de metro, hay un larguísimo y aburridísimo túnel que hemos dado en llamar "El Túnel de la Muerte".
Hasta la semana pasada que han puesto unas publicidades de una marca de zapatos, no había absolutamente nada para mirar en las paredes. El techo es bajo, con unas luces fluorescentes que dan un aspecto de muerto a todos los que por allí pasamos (no en vano el nombre). Cruzarlo a paso rápido puede llevar unos 3 a 5 minutos y, como no hay nada que mirar ni hacer durante ese tiempo, la gente mira a quienes van en dirección contraria.
Yo trataba de evitar ese túnel a toda costa. Evitaba combinar con la línea verde (yo vivo en la amarilla), me bajaba antes y caminaba o, directamente, elegía una estación cercana a mi destino, aunque no la ideal, con tal de no atravesar el dantesco camino de los infiernos.
Todo estos manejes hasta que descubrí una nueva habilidad en mí: la de poder caminar y leer simultáneamente (no es una gran hazaña para muchos pero para quien me conoce y sabe que soy terriblemente lenta e incapaz de realizar dos actividades a la vez, sabe de lo que hablo).
Voy sacando el libro de la cartera en cuanto me bajo del metro (esto si no tuve asiento y no venía leyendo desde antes), acomodo el señalador en la última página (en realidad en la anteúltima porque si la dejo entre la última hoja y la contratapa, siempre se me cae) y, en cuanto doy el primer paso en el ahora ansiado túnel, comienza mi viaje.
Estuve en Cartago la semana pasada con Salambó, esta semana alterné entre el París de Vila Matas y los patios andaluces de Machado.
El otro día, no me acuerdo si estaba yo sitiando Cartago, en los jardines de Megara o en el Boulevard St. Germain tomando un café cuando un grupo de personas sacaron de sus mochilas unos skates y ¡cruzaron el túnel patinando! No sé si fue pura casualidad o toda esa gente se conocía y se había puesto de acuerdo una estación antes pero unas cinco personas pasaron raudamente en dirección opuesta, esquivando otras almas que emprendian el viaje mortal. Me giré y las seguí con la vista, tal fue mi asombro pero se perdieron en los confines infinitos del túnel. Resagada venía una chica muy bien vestida en un monopatín (no sé cómo le dicen acá, en francés es trotinette. Yo misma la usaba en París para ir a buscar a los nenitos a la escuela) que, aunque con mayor dificultad, sorteó a los transeuntes y apuró así su llegada al reino de Hades.
Pero yo, desde que descubrí mi nueva habilidad (de la cual estoy orgullosa, cabe decir) no padezco ni patino el túnel. Sino que viajo, vuelo y hasta hay veces que deseo que el camino fuera más largo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay veces que el túnel es interminable, que no ves la hora de llegar al otro lado. Pero ni bien aprendés a entretenerte durante ese largo túnel, no es tan malo. Ya sea porque tengas una muy buena compañía, una actividad interesante, una imaginación poderosa, o un juego para entretenerte, te das cuenta que el viaje no era tan largo al final.
Hay varias metáforas aplicables al túnel. Que cada uno elija la que más le guste.

Jorge dijo...

no dejes de escribir eh